Como aragüeño debo rechazar que se siga manchando nuestro gentilicio y el de Venezuela con la burda manipulación sobre una supuesta super banda criminal que pone en peligro la seguridad de EEUU. En nuestros libros Estado Delincuente (2013) y El Gran Saqueo (2015) denunciamos la existencia de pranes que convirtieron las cárceles venezolanas en cuarteles de lujo para sus bandas, como ocurrió en la cárcel de Tocorón (centro penitenciario nacional con reclusos de distintos lugares del país) y el denominado Tren de Aragua.
Las actividades delictivas de este grupo (robos, extorsión, secuestro, sicariato) se coordinaban desde el penal con toda impunidad y obviamente con la complicidad de las autoridades. Por cierto, esta práctica comenzó en las cárceles de Brasil hace muchos años.
He conversado largamente este tema con el Dr. Tomás Páez, experto en la diáspora venezolana y también he leído con mucho interés las investigaciones de periodistas en el terreno como Joshua Collins y las opiniones de analistas como Carlos Lozada en The New York Times. Todo ello me ha llevado a algunas conclusiones que comparto con Ustedes.
La narrativa que insiste en presentar al Tren de Aragua como una amenaza latente a la seguridad de Estados Unidos es, en el mejor de los casos, un error de concepto, y en el peor, una burda e inaceptable manipulación política de Donald Trump que busca fomentar el miedo y la desconfianza hacia la comunidad venezolana, y a través de ella, hacia los inmigrantes en general.
Es el viejo truco de achacar todos los males a los inmigrantes, amenazando con construir muros – y ahora con deportaciones masivas – apoyadas en mentiras insostenibles. Un ejemplo claro de ello son las afirmaciones falsas de Trump sobre la supuesta invasión del Tren de Aragua de la ciudad de Aurora, Colorado, donde habrían tomado el control de edificios completos. Información que fue desmentida por el propio alcalde, por cierto, del partido republicano.
Son tantas las mentiras que difunden Trump y sus seguidores, que con frecuencia caen en contradicciones como la de Elon Musk, principal financista de su campaña, que ahora ataca a los inmigrantes siendo que el mismo entró de manera ilegal a los EEUU proveniente de su natal Sudáfrica, llegando a trabajar sin papeles. En esta era de la posverdad, hay quienes a veces actúan como rehenes de las mentiras deseadas.
El Tren de Aragua, originado en Venezuela y con presencia limitada en ciertos países latinoamericanos, ha sido inflado por ciertos sectores como un peligro inmediato y extendido en suelo estadounidense, ignorando tanto la realidad de los hechos como las contribuciones de la diáspora venezolana. Analicemos lo que esta narrativa revela.
Percepción de la criminalidad y la realidad de la diáspora
Es fundamental entender el error conceptual que consiste en equiparar la migración con la criminalidad. Si bien es cierto que en cualquier gran flujo migratorio – como el venezolano que sobrepasa los ocho millones – puede haber casos aislados de criminalidad, utilizar estos casos como la regla para juzgar a una comunidad entera es no solo injusto, sino también falaz. La diáspora venezolana no se define por un pequeño número de delincuentes, sino por cientos de miles de hombres y mujeres que han llegado a diversos países en busca de una vida digna, huyendo de la crisis humanitaria creada por la cleptocracia chavista-madurista que destruyó el tejido económico y social del país.
La diáspora venezolana en Estados Unidos, por ejemplo, está compuesta mayoritariamente por profesionales, trabajadores y familias que buscan aportar positivamente a la sociedad que los ha acogido. Investigaciones del Instituto Cato – centro de estudios del liberalismo económico estadounidense – desmienten la relación significativa entre inmigración y delincuencia, y señalan, en cambio, el papel constructivo de los migrantes en las economías locales. Reducir esta diversidad a un estereotipo criminal es distorsionar una realidad mucho más compleja y humana.
Exageración de una supuesta amenaza
El «Tren de Aragua» ha servido de pretexto para políticos en varios países, que en su esfuerzo por sumar votos, promueven una narrativa alarmista que exagera el impacto de este grupo criminal. Los datos sobre la relevancia real del «Tren de Aragua» dentro de Estados Unidos son escasos y, en todo caso, están muy por detrás de organizaciones criminales establecidas hace tiempo como los cárteles de tráfico de drogas – más recientemente del fentanilo que se ha convertido en una emergencia de salud pública – así como de las redes del lavado de dinero y tráfico de armas, integradas mayoritariamente por ciudadanos estadounidenses.
Colocar al «Tren de Aragua» en la misma categoría de estos grupos de delincuencia organizada no solo es irreal, sino una estrategia de manipulación destinada a explotar los temores de la opinión pública. Se trata del enfoque reduccionista de una realidad sumamente compleja.
La narrativa del «Tren de Aragua» – instalada en los medios de comunicación y las redes sociales – no solo es exagerada, sino que también refleja una preocupante tendencia a criminalizar a comunidades migrantes por cuestiones de conveniencia política. No es la primera vez que sucede. En el pasado, los inmigrantes chinos, japoneses, italianos, mexicanos y colombianos también fueron blanco de campañas de estigmatización y racismo. La historia de Estados Unidos está llena de estos ejemplos, donde se demoniza a una comunidad para luego integrarla y reconocer su valor una vez que han pasado los años. ¿Es que no se ha aprendido nada de los errores pasados?
Hoy en día, venezolanos se destacan en múltiples sectores de la sociedad estadounidense. Desde académicos que investigan en universidades de renombre, hasta médicos, ejecutivos, artistas y empresarios, la presencia de la diáspora venezolana es positiva y enriquecedora para el país. Su ejemplo, no solo en EEUU sino en muchas otras naciones, desmiente la narrativa criminal que algunos se empeñan en propagar.
Es hora de que se reconozca a los venezolanos que, con esfuerzo y dedicación, trabajan día a día para contribuir a las sociedades donde están presentes, en lugar de permitir que una minoría de casos negativos manche el nombre de toda una comunidad.
Un problema más político que de seguridad
Este tipo de discurso político busca polarizar, demonizar y dividir, en lugar de explicar las verdaderas causas y soluciones para los retos migratorios. La criminalización de los migrantes se ha convertido en un arma electoral fácil y efectiva, aunque peligrosa. En lugar de crear políticas que integren y apoyen a las comunidades migrantes, se opta por generar pánico y rechazo, buscando un rédito inmediato en las urnas.
La mano de obra inmigrante, tanto documentada como indocumentada, es crucial para la economía de países como Estados Unidos, especialmente en sectores como la agricultura, construcción, salud y servicios, representando el 18.6 % de la fuerza laboral en 2023. Los inmigrantes ocupan empleos que complementan los roles de los trabajadores nativos y aportan ingresos fiscales importantes. La deportación masiva de inmigrantes indocumentados causaría una crisis de escasez de mano de obra e inflación; en cambio, su legalización y la creación de vías migratorias – como propone Kamala Harris – beneficiaría la economía y la estabilidad fiscal. Al igual que en Europa, la demanda de mano de obra inmigrante aumentará en el futuro debido al envejecimiento de la población y bajas tasas de natalidad.
En este contexto, los expertos recalcan la importancia de ver más allá de la desinformación y valorar la contribución real de la diáspora venezolana. Con la perspectiva adecuada, queda claro que el «Tren de Aragua”, a pesar de sus innumerables y graves delitos, y debido a las exageraciones interesadas que se están produciendo, no puede ni de lejos competir con otras organizaciones delictivas como los cárteles criminales que operan desde hace mucho tiempo en grandes países como EEUU, México o Brasil. En palabras de expertos: Su mala fama está muy por encima de sus verdaderas capacidades.
Reflexión final
La realidad es que la diáspora venezolana no es una amenaza, sino una oportunidad. Lejos de ser una carga, representa una comunidad trabajadora, luchadora y ansiosa de aportar en el país que los acoge. Alimentar una narrativa negativa es contraproducente y no hace justicia al valor que estos hombres y mujeres ofrecen.
Es necesario que la opinión pública reconozca la manipulación detrás de la narrativa del denominado Tren de Aragua y no caiga en la trampa del miedo infundado. Es hora de que Estados Unidos, un país construido sobre el esfuerzo de inmigrantes, rechace estas campañas de estigmatización y celebre a una comunidad que, como tantas otras en la historia, tiene mucho que dar.
Cabe recordar las ideas expresadas por J.F. Kennedy en su libro “Una Nación de Inmigrantes”, así como las palabras de Ronald Reagan en su último discurso: “Somos una nación joven por siempre, rebosante de energía y de nuevas ideas, siempre a la vanguardia, siempre liderando al mundo hacia la siguiente frontera. Esta cualidad es vital para nuestro futuro. Si alguna vez cerramos la puerta a los nuevos estadounidenses, pronto perderemos nuestro liderazgo en el mundo”.