Hace siete meses la Real Academia de la Lengua Española aceptó un nuevo término: aporofobia. Es una palabra creada por Adela Cortina, catedrática de la Universidad de Valencia, que visibiliza una de las peores tragedias que estremecen a la Humanidad como lo es el miedo o el rechazo a los pobres. Impactada por la crisis de las miles de personas que tratan de cruzar el Mar Mediterráneo huyendo de la violencia y la miseria hacia Europa, llama la atención de la filósofa el hecho de que se suela llamar xenofobia o racismo al rechazo a los inmigrantes, cuando en realidad esa aversión no se produce por su condición de extranjeros, sino porque son pobres. La situación es bien distinta cuando los que llegan lo hacen con dinero para gastar e invertir.
Los venezolanos que se han visto forzados a emigrar debido a la falta de alimentos y medicinas, de seguridad y de empleo, acosados por la violencia y el discurso de odio de quienes han secuestrado al Estado venezolano convirtiéndolo en un Estado delincuente, sufren esa discriminación en muchos países. A diferencia de la mayoría de los primeros compatriotas que se fueron, que disponían de más recursos que los que salen ahora por miles a través de las fronteras con Colombia, Brasil y hasta por el Mar Caribe huyendo de la crisis humanitaria, los venezolanos empobrecidos encuentran mayores dificultades para ser aceptados en algunas latitudes, afortunadamente no en todas.
Nombrar los fenómenos sociales es la mejor vía para empezar a buscar soluciones. La aporofobia levanta muros y divide en vez de sumar para mejorar las condiciones de vida de todos los seres humanos.
Siempre hemos impulsado la democracia solidaria, la corresponsabilidad, la participación y el respeto a la dignidad humana. Cuando creamos desde la gobernación de Aragua el Instituto de Integración Social (INISA), buscábamos la inclusión sin paternalismos ni asistencialismos. El principal componente de los programas sociales dirigidos a la infancia, jóvenes, madres y discapacitados fue la educación para el trabajo, sin olvidar a los adultos mayores. La idea era, como dice el proverbio “no dar el pescado sino enseñar a pescar”. Gracias a la descentralización, con muy pocos recursos en una Venezuela con el barril de petróleo a 8 dólares, pudimos adelantar políticas públicas pioneras que, de acuerdo a indicadores nacionales e internacionales (Ministerio de Familia-UNICEF-Banco Mundial), mejoraron significativamente la calidad de vida de los aragueños de1990 a 1996.
Como siempre hemos dicho, la economía debe crecer a la medida del ser humano y tener como principal objetivo, la búsqueda del bien común. Sin embargo, no se puede repartir riqueza sin producirla. Para lograr una inversión social sostenible, tenemos que superar el modelo económico rentista dependiente del petróleo y lograr una economía diversificada que convierta las materias primas en productos terminados hechos en Venezuela. Para ello es indispensable un verdadero equilibrio entre el Estado y el mercado. Necesitamos un aparato productivo fuerte cuyo principal motor sea la inversión privada, en un Estado de Derecho que ofrezca garantías y seguridad jurídica y personal para todos.
Erradicar la pobreza sigue siendo la principal asignatura pendiente y no se consigue levantando muros ni con recetas populistas. Los que prometieron la revolución de los pobres y crearon el ministerio de la Felicidad, convirtieron a Venezuela en una fábrica de pobres. En las palabras del ex ministro de Educación Héctor Rodríguez, actual gobernador de Miranda, tenemos la explicación: “No vamos a sacarlos de la pobreza para que se conviertan en escuálidos”. Es evidente entonces que el régimen fomenta la miseria para mantener el control político.
Venezuela no saldrá de la pobreza mientras no derrotemos a la dictadura del hambre y la miseria de Nicolás Maduro.