
Cada cierto tiempo el humanismo gana sus batallas -y bien falta que hace- en un mundo donde el éxito se mide por otras cosas, emociona que un médico familiar con un mini sueldo quince y último y considerado -por él mismo- «como un hombre triste, depresivo y melancólico», emociona -repito- que en los últimos días las RRSS y otros medios de comunicación hayan hecho viral y agotadas las papeletas con las más variadas expresiones de amor, elogios, reconocimientos y tristezas. ¡Un héroe!
Llevamos varios días hablando de lo mismo, todos dicen que fue un gran maracayero, un venezolano ejemplar, miembro de una familia funcional, muy unido a sus padres, y hermanos. Otro por allí escribió: que «A tu regreso» y «Venme a buscar» son letras dedicadas a los que se quedan solos. No fue su caso.
Una señora que estaba en la mesa de al lado donde almorzamos ayer, comentó: «A mí me gustan todas las canciones de Henry».
Siento pena, no puede ser que uno guarde tributos a las personas después de su muerte.
Hasta hace poco círculó en las REDES una campaña Crowdfunding para ayudar a sufragar los inmensos gastos que requería la atención del compositor y poeta Henry Martinez.
En las últimas horas las emisoras y en Instagram vienen reproduciendo parte de su universo artístico, hoy escuché una emblemática: «Horas tras horas» una autobiografía que estaba perdida por allí en el éter.
Henry fue un autodidacta, mucho antes de egresar como médico por la UCV, aprendió a los 7 años a tocar cuatro, lo enseñó su hermano mayor «el gordo» Ramón; un personaje súper simpático que desde muy joven atraía a lo más variado de la farándula caraqueña.
Por la casa familiar de La Pedrera varías estrellas hicieron toques técnicos -para compartir ese ambiente alegre y bullicioso- un vecino cuenta que llegó a ver hasta a José Bardina, el galán del momento.
Ese ambiente lo disfrutó Henry y después, a su manera, lo trasladó a su casa en La Urbanización La Soledad de Maracay.
A los 12 Henry aprendió el arte de hacer hablar a la guitarra; la estudiantina del Liceo Agustín Codazzi fue su mejor escuela… Y a los 16 años un Ángel se apareció en su vida: el maestro Luis Laguna. Lo marco tanto el maestro, que hasta Miguel Delgado Estévez -su amigo- le aconsejó:
-Bueno mijo, tú eres extraordinario, pero serás espectacular si te sacudes a Laguna.
Y cambió el estilo.
Luego vinieron Aldemaro Romero, Otilio Galíndez…
Nunca ejerció la medicina privada, siempre trabajó para el Seguro Social (IVSS), en el área de medicina familiar.
En 1990 engalanó el gabinete de Carlos Tablante como Secretario de Cultura, lo cual aceptó por un tiempo perentorio. Andaba en otra nota. Más adelante trabajó con la Fundación del Niño de Aragua en el programa de reconocimiento a la excelencia estudiantil, muchos niños conocieron Disney World de la mano del poeta.
Era un alma honesta en el más amplio sentido de la palabra, nunca se lucró con nada. Por eso no tuvo tiempo ni agallas para asegurar la vejez, que como todos sabemos -ya tarde- es como una masacre. Vivió 75 años, bien vividos, eso sí.
No fumaba, ni tomaba alcohol; sí bailaba pegado. Era tímido.
Una dama que él pretendía, me contó: «Tuve que declararme yo». Normal: «era elegante, culto, guapo, de buenos modales y poeta».
Muchas disqueras y algunos cantantes lo ningunearon, o mejor dicho: abusaron de su nobleza.
Dejó más de 250 canciones. Marc Anthony, Jerry Rivera, María Teresa Chacin, Martirio, Gualberto Ibarreto, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Ilan Chester, Luz Marina, su musa, Cecilia Todd, y más recientemente Fabiola José, que canta una versión insuperable de Oriente es de Otro Color.
El doctor Juan Carlos Fuentes asegura que hasta Ray Conniff en algún momento interpretaba canciones de Henry.
Todas y todos bebieron de esa fuente artística inagotable.
Henry empezó su obra formal en 1968 cuando escribió Criollisima. Le bastaba escrutar la vida de la gente como quien observa a través de un microscopio. Importan los detalles, decía. En ese instante intervenía el ojo clínico del médico prestado a la poesía o viceversa.
Un sábado en la noche, hace años, iba yo para el Yesterday, un espacio de la Asociación Mundial de Boxeo en Turmero, Aragua, porque allí tenían un programa boxístico; llamé al doctor Víctor Pierral, un traumatólogo amante del boxeo, del básket, la salsa y toda la música que caiga.
-Victor vente para el Yestarday. Él Me contestó:
-Estoy llegando a «Sopita Rica», aquí hay una noche de jazz, me dijo. Y están Henry Martínez, Nancy Toro, Alfredo Naranjo, Biella da Costa, y los cantantes de Maracay.
¿Cómo? le digo y doy un volantazo pa’tras, tipo «Rápidos y Furiosos.»
Sopita Rica, es un patio popular de Maracay, junto a la Sala Carmen Palma son los espacios no oficiales, donde llegan los que saben de música.
Llegué.
Un tipo fortachón me bloquea: «Caballero, es una reunión privada y están todos los que son».
En medio del atajaperro que armé y el fortachón diciendo: «Circule ciudadano», apareció un enviado de Dios: «Pasa Pedro» y dijo al fortachón: «Él es del grupo». Era el propio Henry Martínez, que se le había quedado la pez rubia o perrubia en el carro.
El abrazo que me dió fue sincero y caluroso. Todavía lo guardo y guardaré por siempre.
Pasamos, y hasta un saludo afectuoso hizo cuando le tocó su turno. Más adelante se sentó con nosotros en la mesa y en algunos intervalos nos pusimos al día. Hacía falta.
Esa noche cantó a coro «La Negra Atilia». Esa canción, con letra de Pablo Camacaro y música de Henry, cantada a capella por Nella Rojas, se hizo viral, y ayudó a nuestra querida cantante a conseguir la atención de un productor, Javier Limón, con quien grabó su primera álbum «Voy», con el cual ganó un Grammy Latino a «Mejor Nuevo Artista» en el año 2019.
Ojalá y en estas navidades, que serán largas, en homenaje a Henry Martínez, podamos cantar en cada hogar su famoso Pregón de Navidad y brindar por él y por una Venezuela libre y en Paz como la sueñan todos los venezolanos de buena voluntad.