Eloy Torres, mi padre, hoy cumple años. Es el día del Santo de la orfebrería. Una gran casualidad; pues, este día es el de los que trabajan con la plata, los joyeros, numismáticos, herreros y metalúrgicos. Mi padre, en tanto que político, fue un hombre que trabajó toda su vida con sus ideas, por ser fiel a San Eloy, su patrón.
Digo esto, pues para los que lo conocieron saben que Eloy fue un sindicalista y un político de gran valía. Un obrero metalúrgico. Aunque Gustavo Machado, el otrora líder del Partido Comunista quien era su amigo, en chanza le decía: “Eloy, tú no eres metalúrgico, tú eres fontanero”.
Ciertamente, mi padre, en sus años mozos fue de todo, incluso boxeador. Peleó en el circo metropolitano, posteriormente cine, con el mismo nombre. Le tocaba caminar desde la bajada de Luzón del Guarataro, del barrio San Juan a encontrarse con Pompeyo Márquez, su amigo y hermano, con quien marchaba a pie hasta el cuadrilátero. Pompeyo, le asistía con el tobo de agua, para refrescarse entre cada asalto. En efecto, él destacó como obrero, de verdad, en esas zonas todas imprecisas del trabajo. Estaba condicionado.
Eloy sin leer “La Condición humana de Hanna Arendt (no me consta si leyó ese libro, por lo que, afirmarlo sería una muestra de amor filial un tanto exagerada) no estuvo tan lejos de lo que escribió esta pensadora alemana acerca de la condición humana, quien la resume en tres elementos condicionantes, a saber: labor, trabajo y acción.
Estos tres elementos, nos muestran las condiciones básicas que marcan la vida del ser humano. La labor, según Arendt es el desarrollo del ser humano, nacer, crecer, reproducirse y morir. Es decir, son las necesidades del proceso de la vida.
En tanto que el trabajo no es natural en el hombre. Está condicionado. El trabajo no es natural en la vida, es artificial, inventada, y según interpreto, esa artificialidad resulta extraña al ser humano; está obligado a hacerlo
Mientras que nos queda la acción. Ésta, pertenece a la pluralidad, es decir, vivir y habitar en el mundo y el mundo no es otro que la política. No es casual que Arendt rechazara el cognomento de filósofa. Para ella la filosofía se ocupa del ser, del “hombre”, el espacio, el tiempo. Arendt, se consideraba una estudiosa de la filosofía política, pues, ésta, se ocupa de los “hombres”. Es la acción, es la política donde el hombre se afirma como un ser que muestra su condición humana por excelencia.
Bueno, el caso es que Eloy, quizá motivado por el “elixir” metafísico del comunismo, decidió convertirse en político. Claro está, respetó los otros dos elementos condicionantes, hasta que la vida misma se lo permitió; sobre todo el primero, el de la labor. En tanto que el segundo, el del trabajo, Eloy lo abrazó con la fuerza de quien necesitaba sobrevivir. En esa Caracas de los años 30 del siglo XX, la cual crecía y se modernizaba al ritmo del petróleo. Repito, Eloy fue de todo, entre tantos oficios, fue limpiabotas, pregonero, fontanero (como le decía Gustavo Machado) metalúrgico y alternaba esos trabajos con el rol de boxeador.
Hay que decirlo, durante uno de sus combates, en un momento dado, mi Padre recibió un golpe muy duro en la nariz; razón por la cual decidió abandonar el “deporte de las coliflores” para introducirse en el cuadrilátero de la política. En ella, también recibió golpes, pero, él los asumió como si fueran, propios de un combate en el ring. Golpeas, recibes golpes y al terminar, el combate, no importa si ganas o pierdes; fuera del ring debes comportarte, frente a tu adversario, como un individuo que comparte un oficio; no se trata de una enemistad personal. Eloy, ingresó al Partido Comunista, de dónde salió, como ingresó, voluntariamente. Fue uno de sus más connotados dirigentes. Sufrió persecuciones, cárceles, exilio y angustias. Todo un personaje. Pero, como dice siempre el Dr. Alfredo Padilla, su filial amigo, cuestión que comparte el también Dr. Alí Poveda y otros tantos: Eloy era un hombre que no albergaba odios y fue una figura que jamás se sintió por encima de nadie. Era más sencillo que una fresca mañana caraqueña.
Hoy, 1 de diciembre, Eloy cumple 106 años. Todavía no logro aceptar su ausencia. Lo tengo vivo. Máxime cuando observo la acción, ese tercer elemento condicionante, destacado por Arendt, es decir a la política venezolana, como un nicho de tantas imprecisiones y errores, cometidos por los sectores opositores. Mi padre, en mis recuerdos, destaca la presencia de su sabiduría en forma explícita y clara. Recuerdo, cuando en 1998, se produjo el triunfo de este gobierno (I y II parte) Eloy sentenció: “hay que comprar dos cantimploras llenas de agua para cruzar este desierto que se nos aproxima”. Eloy comprendió las debilidades del discurso opositor y las fortalezas que mostraba el gobierno. El cuadro no ha cambiado; son 26 años y los costos han sido enormes. Para Eloy la política se debe hacer con la gente; vincularse con los sectores sociales y no ejercer un liderazgo circunstancial, mediático, enfermo de inmediatismo y fundamentalmente centrado en una figura con ribetes de mesianismo.
Seguramente muchos pensarán y se dirán ¡y por qué él no lo logró? Justamente porque se equivocó. Los años le enseñaron a reconocer sus errores y a comprender que la política no es un acto de magia. Posiblemente el período más rico en experiencias que a él le tocó sortear, lo constituye la resistencia a la dictadura de Pérez Jiménez en sus dos etapas 1948-1950 y 1950-1958. Con saña lo persiguieron, como a otros camaradas (los 300 espartanos, como llamase Teodoro Petkoff, a los militantes del PCV y la JC de ese entonces) La inteligencia arropó a los comunistas y se despojaron de tanta ropa manchada de sectarismo y de ese fatuo empeño en adjetivar las distintas opiniones y formas de actuar de otros. Para ese momento era clave buscar coincidencias hasta en las piedras; vale decir, en lo más mínimo.
Eloy fue uno de los artífices de esa convergencia política. Partidos políticos, sindicatos, iglesia, estudiantes, militares. El resultado fue la conformación de una fuerza que debilitó a régimen y éste, como se sabe, cayó, cuando el Macho de la Orchila se fue volando en el avión presidencial, La Vaca Sagrada el 23 de enero de 1958.
Tengo fresca la imagen suya cuando partió de la casa donde vivíamos escondidos en el barrio de los Frailes de Catia. Se marchó con Héctor Rodriguez Bauza, Douglas Bravo y Teodoro Petkoff. Quedó en casa con mi Madre, el tío Ponto (Pedro Ortega Díaz) quien tras unas horas hasta también se marchó. No supimos de mi padre hasta que él llegó, el 24 de enero, por la mañana, con un grupo de jóvenes, armados todos. Eran de la Juventud comunista. Había caído la dictadura y se iniciaba la democracia.
El tiempo hizo de Eloy un hombre comprensivo; aunque la llegada en 1959, de Fidel Castro obnubiló su mente, como a otros tantos camaradas suyos y perdió circunstancialmente esa capacidad e inteligencia para ponderar la realidad. Eloy, en su visión dogmática de la política, encontró en las medidas restrictivas del gasto público que hiciere el gobierno de Rómulo Betancourt, la oportunidad de alcanzar el poder, como todo objetivo de la política; entonces, él compró el tiquete de la insurrección armada y se embarcó en varias acciones para desembocar en la insurrección militar del “Carupanazo”. Un estruendoso fracaso y los siguientes años fue peor, desde el punto de vista de la pérdida de vidas humanas y la marcada ausencia en la política real. Vivíamos el delirio mítico de la insurrección armada. Un fracaso que le penetró en la mente de Eloy.
Los años de cárcel y la derrota sirvieron para reflexionar. Salió del país, bajo la figura del exilio, de dónde regresó clandestinamente, a los seis meses, para insertarse en la dinámica política real. Corrió los riesgos y se incorporó a los restos de un partido clandestino y donde, aguas abajo, la cabeza de sus dirigentes tenía un precio. Un partido, por demás, diezmado por la represión y los golpes recibidos en un combate desigual; pero, que ellos buscaron, entre estaba Eloy. Rectificar es de sabios. Eloy, junto con sus camaradas, buscó el oxígeno político necesario para insertarse en la política. Lo hicieron y cambiaron. Tras un período absurdo, donde se había impuesto la perdida de la brújula y vestidos todos de “comandantes” se decidió cambiar. No fue fácil. Quizá la fotografía que acompaña este texto ejemplifica que la política se debe hacer con los sectores sociales y no con una figura mediática y circunstancial, como ocurre hoy en día. El viejo PCV, aún con el cliché dogmático de ser representantes de “la clase obrera”; no dejaba de tener importancia que ellos procuraban hacer política con los seres humanos que trabajan para vivir y los hombres de acción; es decir, los políticos debían pensar con inteligencia para alcanzar el poder, al menor costo y sacrificio posibles.
Que vaina, mi Viejo. Como te extraño. Me hace falta tu optimismo para creer que siempre es posible encontrar una salida. Hoy es tu cumpleaños y mi mejor regalo consiste en asumir tu entusiasmo por vivir y disfrutar la vida basada en la acción y hacerlo con inteligencia. Feliz cumpleaños y te pido la bendición.